Brujuleando por los mágicos
recovecos de Google, estaba yo buscando el significado de tradición y me he
topado que lo primero que se viene a la mente cibernética son las fiestas
tradicionales. En España tenemos muchas y variadas, desde los Sanfermines a las
Fallas, pasando por las ferias, reminiscencias de antiguas ferias de ganado, y
la tradicional Semana Santa. Además de
las fiestas, en seguida, aparecen las tradiciones culinarias con platos de
“toda la vida” que se hacen o no al modo tradicional.
El
folklore que dicen se va perdiendo, también es un hecho tradicional, no es más
que una costumbre o una forma de hacer algo desde hace mucho tiempo de la misma
manera y que se ha ido repitiendo año a año, generación a generación.
Así
es tradición algún oficio que perdura, casi siempre a duras penas durante mucho
tiempo y se le denomina oficio tradicional, cuando en realidad es una conservación
forzada para mantener vivas algunas técnicas, que el avance de los tiempos, han
dejado obsoletas y que en el mejor de los casos practican en entornos
familiares y casi exclusivamente para solaz de turistas.
Y
aquí es donde parece que está el quid de la cuestión. Mantener una tradición
cuando el avance de los tiempos la ha dejado en un rincón, por diversos motivos,
ya no parece una tradición, sino por el contrario, lo que parece es una forma
artificial de conservar por cuestiones
culturales o políticas o yo que sé por qué, acciones que ya no están más
que en la memoria.
Enmarcar
la tradición en el concepto cultura, es algo lógico, la cultura es precisamente
eso, las formas de pensar , de crear, de vivir de las gentes, pero la cultura
avanza, se transforma , se mejora, se enriquece día a día, a medida que
precisamente sus gentes, lo hacen en igual medida. Cualquier actividad que
perdura en el tiempo contribuye a definir la forma de ser, hacer y pensar de
los ciudadanos y componen su cultura.
Pero
eso no significa que la cultura y por tanto la tradición, deban marcarse en el
inicio de los tiempos y deban estar ahí para siempre.
Volviendo
al epígrafe de fiestas, en nuestro país, y en otros muchos no nos engañemos,
continúan celebrándose fiestas que en muchos casos cuentan con la participación
forzada de animales a los que se acosa y se hace sufrir durante un rato (o mucho
rato), en aras de la “tradición”. En el siglo XXI la concienciación de la
sociedad sobre el maltrato animal ha aumentado y casi nadie cree que los
animales no sufren, pero en algunos casos es la tradición la que manda y no el
sentir de la mayoría. Se están haciendo algunos esfuerzos, para mantener este
tipo de festejos tradicionales sustituyendo a los animales por cosas: ya no
tiran cabras desde los campanarios, los han cambiado por muñecos de trapo, ya
no arrancan la cabeza de un ganso vivo colgado boca abajo en medio de la ría
para que los mozos, agarrados a su cuello, intentar arrancarle la cabeza, ahora
el ganso ya está muerto.
Estas
“actualizaciones” tradicionales, no convencen mucho a los tradicionalistas, que
sólo tienen consuelo en fiestas pseudotaurinas donde se sigue martirizando al
toro, emblema de nuestra patria, de las maneras más crueles inventadas por el
hombre, asaeteados, con fuego, con cuerdas, ¡en fin! parecen martirios de los
primeros cristianos tan incorporados a la imaginería colectiva, más que protagonistas
de la tradición festiva. Son “referente del sadismo colectivo” Tordesillas,
Coria o Medinaceli.
Lanzarse
hectólitros de agua en una “batalla naval” en el barrio de Vallecas de Madrid,
o lanzarse toneladas de vino en Haro, y toneladas de tomates en Buñol, intentan
hacerse un hueco en las fiestas tradicionales, comienzan como una anécdota
entre los más jóvenes del lugar y a base de repetirse cíclicamente año tras año
se convierten en tradición.
Cuando
las tradiciones se van perdiendo, según sean estas, se toleran y se asumen con
humildad, quedando como reclamo turístico, o se defienden con vehemencia como
acervo cultural de todo un pueblo. Nos resistimos a dar por muerta la tradición
de nuestras fiestas pero nadie se acuerda de cómo se ha cultivado durante
siglos, o de qué y cómo se ha comido durante toda la vida.
Ya
no se baja al rió a lavar la ropa, ya no se conservan los alimentos en armarios
con hielo, ya no se bebe en botijo, ya no se viaja en burro, ya no se escucha
misa con velo, ya no se pega en las escuelas, ya estamos superando ciertas tradiciones.
Por
último, la defensa de la tradición casi siempre pasa por nuestro filtro patrio,
nadie en mi país defenderá costumbres, también ancestrales y tradicionales que
nos repugnan, como ablaciones en numerosos países africanos, las mujeres jirafa
en Tailandia, planchado de pechos en Camerún, lapidaciones, donde la mujer es mutilada, vejada e incluso
asesinada en un perfecto cumplimiento de la tradición.
A
raíz de lo visto, me quedo con tradiciones más sosegadas, las uvas el 31 de
diciembre en la Puerta del Sol, no ganar en Eurovisión, las torrijas en Semana
Santa y el discurso del Rey en Nochebuena.
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