domingo, 27 de abril de 2014

Tradición




Brujuleando por los mágicos recovecos de Google, estaba yo buscando el significado de tradición y me he topado que lo primero que se viene a la mente cibernética son las fiestas tradicionales. En España tenemos muchas y variadas, desde los Sanfermines a las Fallas, pasando por las ferias, reminiscencias de antiguas ferias de ganado, y la tradicional Semana Santa.  Además de las fiestas, en seguida, aparecen las tradiciones culinarias con platos de “toda la vida” que se hacen o no al modo tradicional.

El folklore que dicen se va perdiendo, también es un hecho tradicional, no es más que una costumbre o una forma de hacer algo desde hace mucho tiempo de la misma manera y que se ha ido repitiendo año a año, generación a generación.

Así es tradición algún oficio que perdura, casi siempre a duras penas durante mucho tiempo y se le denomina oficio tradicional, cuando en realidad es una conservación forzada para mantener vivas algunas técnicas, que el avance de los tiempos, han dejado obsoletas y que en el mejor de los casos practican en entornos familiares y casi exclusivamente para solaz de turistas.

Y aquí es donde parece que está el quid de la cuestión. Mantener una tradición cuando el avance de los tiempos la ha dejado en un rincón, por diversos motivos, ya no parece una tradición, sino por el contrario, lo que parece es una forma artificial de conservar por cuestiones  culturales o políticas o yo que sé por qué, acciones que ya no están más que en la memoria.

Enmarcar la tradición en el concepto cultura, es algo lógico, la cultura es precisamente eso, las formas de pensar , de crear, de vivir de las gentes, pero la cultura avanza, se transforma , se mejora, se enriquece día a día, a medida que precisamente sus gentes, lo hacen en igual medida. Cualquier actividad que perdura en el tiempo contribuye a definir la forma de ser, hacer y pensar de los ciudadanos y componen su cultura.
Pero eso no significa que la cultura y por tanto la tradición, deban marcarse en el inicio de los tiempos y deban estar ahí para siempre.

Volviendo al epígrafe de fiestas, en nuestro país, y en otros muchos no nos engañemos, continúan celebrándose fiestas que en muchos casos cuentan con la participación forzada de animales a los que se acosa y se hace sufrir durante un rato (o mucho rato), en aras de la “tradición”. En el siglo XXI la concienciación de la sociedad sobre el maltrato animal ha aumentado y casi nadie cree que los animales no sufren, pero en algunos casos es la tradición la que manda y no el sentir de la mayoría. Se están haciendo algunos esfuerzos, para mantener este tipo de festejos tradicionales sustituyendo a los animales por cosas: ya no tiran cabras desde los campanarios, los han cambiado por muñecos de trapo, ya no arrancan la cabeza de un ganso vivo colgado boca abajo en medio de la ría para que los mozos, agarrados a su cuello, intentar arrancarle la cabeza, ahora el ganso ya está muerto.

Estas “actualizaciones” tradicionales, no convencen mucho a los tradicionalistas, que sólo tienen consuelo en fiestas pseudotaurinas donde se sigue martirizando al toro, emblema de nuestra patria, de las maneras más crueles inventadas por el hombre, asaeteados, con fuego, con cuerdas, ¡en fin! parecen martirios de los primeros cristianos tan incorporados a la imaginería colectiva, más que protagonistas de la tradición festiva. Son “referente del sadismo colectivo” Tordesillas, Coria o Medinaceli.

Lanzarse hectólitros de agua en una “batalla naval” en el barrio de Vallecas de Madrid, o lanzarse toneladas de vino en Haro, y toneladas de tomates en Buñol, intentan hacerse un hueco en las fiestas tradicionales, comienzan como una anécdota entre los más jóvenes del lugar y a base de repetirse cíclicamente año tras año se convierten en tradición.

Cuando las tradiciones se van perdiendo, según sean estas, se toleran y se asumen con humildad, quedando como reclamo turístico, o se defienden con vehemencia como acervo cultural de todo un pueblo. Nos resistimos a dar por muerta la tradición de nuestras fiestas pero nadie se acuerda de cómo se ha cultivado durante siglos, o de qué y cómo se ha comido durante toda la vida.

Ya no se baja al rió a lavar la ropa, ya no se conservan los alimentos en armarios con hielo, ya no se bebe en botijo, ya no se viaja en burro, ya no se escucha misa con velo, ya no se pega en las escuelas, ya estamos superando ciertas tradiciones.

Por último, la defensa de la tradición casi siempre pasa por nuestro filtro patrio, nadie en mi país defenderá costumbres, también ancestrales y tradicionales que nos repugnan, como ablaciones en numerosos países africanos, las mujeres jirafa en Tailandia, planchado de pechos en Camerún, lapidaciones,  donde la mujer es mutilada, vejada e incluso asesinada en un perfecto cumplimiento de la tradición.

A raíz de lo visto, me quedo con tradiciones más sosegadas, las uvas el 31 de diciembre en la Puerta del Sol, no ganar en Eurovisión, las torrijas en Semana Santa y el discurso del Rey en Nochebuena.



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