sábado, 18 de enero de 2014

Tono






Tono tiene 63 años, ha sido autónomo y regentaba un comercio de medias y ropa interior en un barrio obrero. Ha estado casado durante 25 años con Margarita y tiene dos hijos. El chico es transportista y la chica se casó estupendamente con un empleado de telefónica.

Carrefour, sin pretenderlo,  acabó con su negocio. Estrella, su empleada en la tienda, tras un corto affaire acabó con su matrimonio y las deudas,  la depresión y las máquinas de los bares acabaron con la confianza y el cariño de sus hijos.

Tono es alcohólico, y empuja un carrito robado a su verdugo Carrefour, lleno de toda su vida. Hace cinco años que duerme en la calle. Tiene su esquina, ganada a base de buenas palabras, de experiencia y de alguna riña con colegas de la calle.

Ya pasó por la pensión, cuando tenía dinero y por la casa de unos amigos que le acogieron cuando su crisis empujaba, pero duró poco, los amigos también tenían su vida y él estaba molestando demasiado.

Decidió un día coger su bolsa de deportes con una muda limpia y dos novelas y durmió por primera vez en un banco de la calle, con miedo, con angustia, con frio, incómodo ¡que duro es un banco de la calle!  Buscó en soportales donde el viento no pegase tan intenso y en parques con poca luz, donde, para su sorpresa, había otros como él.

Ahora tiene una habilidad innata para sujetar la puerta del cajero automático cuando sale alguien, para colarse sin que apenas se dé cuenta.

También está acompañado por Pepa, hace ya dos años que van juntos, Pepa se preñó de a saber quién y Tono la asistió en el parto, cuatro torpes cachorros que se negó a vender, sólo se los regalaría a aquellos que demuestren que cuidarán bien de los hijos de Pepa.

Maika le hace favores, casi siempre sexuales, ella es toxicómana, tiene 53 años, aunque aparenta más de setenta, sonríe casi constantemente aunque no puede mostrar sus dientes cuando lo hace, los perdió no sabe muy bien cómo. A veces le hace “cositas” y otras le hace “cositas sin dientes”, lo cierto es que se quieren, aunque él no la perdona que se gaste lo poco que le dan en un pico y ella no le perdona que el haga lo mismo con bricks de vino barato, ¡ha llegado a beberse seis en una noche!. Fue cuando lo ingresaron en urgencias y se empeñaron en darle un baño cuando por fin se mantenía de pié.

De vez en cuando pasa por “su esquina” una chavalita muy joven, tendrá 19 o 20 años, se para y habla con él, le pregunta ¿Qué tal?, ¿cómo va eso?, y comparten  un bocadillo a medias o unas galletas. A veces se sienta con él un rato en el suelo, acariciando embelesada la cabeza de Pepa, apartando sus rastas de la cara y asintiendo a las explicaciones que Tono le da de la vida del indigente, ella le cuenta los problemas de la universidad  mientras se lía un porro para compartir.

Tono se lava en una fuente, pero sólo los días en que pasa cerca y el tiempo lo permite. Se lava poco, porque casi siempre hay alguien que le mira, se escandaliza, le insulta, además, no ha conseguido en cinco años una toalla y no quiere que su “ropa de cama” se moje, porque luego es muy difícil dormir con ropa húmeda.

No pide, sólo se sienta en su esquina junto a Pepa y deja que la acaricien, casi nadie da nada, pero sí que algunos le dejan monedas, ropa y comida. No le gusta que le obliguen a entrar en un bar a comerse un bocadillo de calamares, la situación es muy incómoda para él, su aspecto da cierto miedo y la persona que invita mientras se toma una caña, le mira desde su prepotencia y  dice que le entiende “¡y una mierda me entiendes!”.

Ayer se acercaron un par de municipales, uno era mayor, muy mayor para ser policía y el otro un jovencito excesivamente musculado con las gafas de sol puestas aunque ya era de noche,  con la educación propia del cuerpo, llamándole caballero cada dos palabras, le conminaban a abandonar la calle y acudir a un albergue municipal. Al final, a pesar del lenguaje engolado de los agentes quedó muy claro que lo que estaba haciendo en la esquina con ese frío, quedaba a todas luces muy feo a la vista de los viandantes. “Comprenda caballero que por esta calle transitan muchos turistas y algunas situaciones pueden causarles una mala impresión”.

¡El albergue!, ¡Já!, en ese sitio se está caliente, es verdad, pero hay que compartir habitación con siete tíos más, ¡ A saber de qué calaña!, lo mismo te roban que te rajan. Tampoco le dejan entrar con Pepa, “¿qué hago la dejo sola en la calle hasta el día siguiente? Y si me la matan o me la vuelven a preñar. “No puedo entrar con Maika ¡Son unos antiguos ¡ no dejan entrar a las parejas las chicas están separadas de los chicos, ¡como cuando Franco!”. No puede entrar con su carrito, su vida, también debe de quedar fuera junto a su perra.

“Lo peor, es que te preguntan, intentan ayudarte vendiéndote programas de reinserción social”, ¿Dónde duermes?, ¿Dónde comes?, ¿Cuánto bebes?, ¿Tienes pareja?, ¿Cómo se llama?,¿qué hacías antes de verte así?, ¿Estás dispuesto a dejar la bebida?, ¿Por qué no te afeitas o aseas?, ¿Que enfermedades tienes?, ¿Has estado aquí otras veces?, “preguntas, preguntas y más preguntas, ¿para qué?”.

No cambian sus cartones por la cesión de su intimidad, por remover los motivos de sus adicciones, por la intromisión en su modo de vida.

Si Tono o Maika no existieran, todos respiraríamos más tranquilos, nuestros gobernantes mostrarían ufanos ciudades “limpias”, serían modélicas y agradables para todos, pero Tono y Maika existen, están ahí, en nuestro camino, ocultarlos no exime su existencia, meterlos en autobuses para trasladar la situación a otro lugar, u ofrecer soluciones que ellos no admiten no hace más que incrementar el problema.

Hoy en día nadie está exento de encontrarse en una situación similar, quizá Tono tenga razón “sólo aquellos que demuestren que cuidarán bien de los hijos de Pepa”.

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