Tono tiene 63 años, ha sido
autónomo y regentaba un comercio de medias y ropa interior en un barrio obrero.
Ha estado casado durante 25 años con Margarita y tiene dos hijos. El chico es transportista
y la chica se casó estupendamente con un empleado de telefónica.
Carrefour, sin pretenderlo, acabó con su negocio. Estrella, su empleada
en la tienda, tras un corto affaire acabó con su matrimonio y las deudas, la depresión y las máquinas de los bares
acabaron con la confianza y el cariño de sus hijos.
Tono es alcohólico, y empuja un
carrito robado a su verdugo Carrefour, lleno de toda su vida. Hace cinco años
que duerme en la calle. Tiene su esquina, ganada a base de buenas palabras, de
experiencia y de alguna riña con colegas de la calle.
Ya pasó por la pensión, cuando
tenía dinero y por la casa de unos amigos que le acogieron cuando su crisis
empujaba, pero duró poco, los amigos también tenían su vida y él estaba
molestando demasiado.
Decidió un día coger su bolsa de
deportes con una muda limpia y dos novelas y durmió por primera vez en un banco
de la calle, con miedo, con angustia, con frio, incómodo ¡que duro es un banco
de la calle! Buscó en soportales donde el
viento no pegase tan intenso y en parques con poca luz, donde, para su sorpresa,
había otros como él.
Ahora tiene una habilidad innata
para sujetar la puerta del cajero automático cuando sale alguien, para colarse sin
que apenas se dé cuenta.
También está acompañado por Pepa,
hace ya dos años que van juntos, Pepa se preñó de a saber quién y Tono la
asistió en el parto, cuatro torpes cachorros que se negó a vender, sólo se los
regalaría a aquellos que demuestren que cuidarán bien de los hijos de Pepa.
Maika le hace favores, casi
siempre sexuales, ella es toxicómana, tiene 53 años, aunque aparenta más de
setenta, sonríe casi constantemente aunque no puede mostrar sus dientes cuando
lo hace, los perdió no sabe muy bien cómo. A veces le hace “cositas” y otras le
hace “cositas sin dientes”, lo cierto es que se quieren, aunque él no la
perdona que se gaste lo poco que le dan en un pico y ella no le perdona que el
haga lo mismo con bricks de vino barato, ¡ha llegado a beberse seis en una
noche!. Fue cuando lo ingresaron en urgencias y se empeñaron en darle un baño
cuando por fin se mantenía de pié.
De vez en cuando pasa por “su
esquina” una chavalita muy joven, tendrá 19 o 20 años, se para y habla con él,
le pregunta ¿Qué tal?, ¿cómo va eso?, y comparten un bocadillo a medias o unas galletas. A veces
se sienta con él un rato en el suelo, acariciando embelesada la cabeza de Pepa,
apartando sus rastas de la cara y asintiendo a las explicaciones que Tono le da
de la vida del indigente, ella le cuenta los problemas de la universidad mientras se lía un porro para compartir.
Tono se lava en una fuente, pero
sólo los días en que pasa cerca y el tiempo lo permite. Se lava poco, porque
casi siempre hay alguien que le mira, se escandaliza, le insulta, además, no ha
conseguido en cinco años una toalla y no quiere que su “ropa de cama” se moje,
porque luego es muy difícil dormir con ropa húmeda.
No pide, sólo se sienta en su
esquina junto a Pepa y deja que la acaricien, casi nadie da nada, pero sí que
algunos le dejan monedas, ropa y comida. No le gusta que le obliguen a entrar
en un bar a comerse un bocadillo de calamares, la situación es muy incómoda
para él, su aspecto da cierto miedo y la persona que invita mientras se toma
una caña, le mira desde su prepotencia y dice que le entiende “¡y una mierda me
entiendes!”.
Ayer se acercaron un par de
municipales, uno era mayor, muy mayor para ser policía y el otro un jovencito
excesivamente musculado con las gafas de sol puestas aunque ya era de
noche, con la educación propia del
cuerpo, llamándole caballero cada dos palabras, le conminaban a abandonar la
calle y acudir a un albergue municipal. Al final, a pesar del lenguaje engolado
de los agentes quedó muy claro que lo que estaba haciendo en la esquina con ese
frío, quedaba a todas luces muy feo a la vista de los viandantes. “Comprenda caballero
que por esta calle transitan muchos turistas y algunas situaciones pueden
causarles una mala impresión”.
¡El albergue!, ¡Já!, en ese sitio
se está caliente, es verdad, pero hay que compartir habitación con siete tíos
más, ¡ A saber de qué calaña!, lo mismo te roban que te rajan. Tampoco le dejan
entrar con Pepa, “¿qué hago la dejo sola en la calle hasta el día siguiente? Y
si me la matan o me la vuelven a preñar. “No puedo entrar con Maika ¡Son unos
antiguos ¡ no dejan entrar a las parejas las chicas están separadas de los
chicos, ¡como cuando Franco!”. No puede entrar con su carrito, su vida, también
debe de quedar fuera junto a su perra.
“Lo peor, es que te preguntan,
intentan ayudarte vendiéndote programas de reinserción social”, ¿Dónde duermes?,
¿Dónde comes?, ¿Cuánto bebes?, ¿Tienes pareja?, ¿Cómo se llama?,¿qué hacías
antes de verte así?, ¿Estás dispuesto a dejar la bebida?, ¿Por qué no te
afeitas o aseas?, ¿Que enfermedades tienes?, ¿Has estado aquí otras veces?, “preguntas,
preguntas y más preguntas, ¿para qué?”.
No cambian sus cartones por la
cesión de su intimidad, por remover los motivos de sus adicciones, por la
intromisión en su modo de vida.
Si Tono o Maika no existieran,
todos respiraríamos más tranquilos, nuestros gobernantes mostrarían ufanos
ciudades “limpias”, serían modélicas y agradables para todos, pero Tono y Maika
existen, están ahí, en nuestro camino, ocultarlos no exime su existencia,
meterlos en autobuses para trasladar la situación a otro lugar, u ofrecer
soluciones que ellos no admiten no hace más que incrementar el problema.
Hoy en día nadie está exento de
encontrarse en una situación similar, quizá Tono tenga razón “sólo aquellos que
demuestren que cuidarán bien de los hijos de Pepa”.
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